Por: Leonardo Angulo.
Pasadas las 8:20 a.m. del domingo 2 de octubre, con el húmedo sol cartagenero brillando en un cielo despejado, a un costado de la Avenida del lago, llena de basura en la calle, y en la parte de atrás de esta se encuentra la contaminada Laguna de San Lázaro. De frente está un lugar que batalla por un espacio, el famoso mercado de Bazurto, el mercado público de la ciudad, que además de enfrentar problemas con el Estado, pelea con grandes prejuicios de inseguridad y problemas de sanidad.
Desde el andén de enfrente se ven múltiples puestos callejeros de comerciantes ilegales vendiendo pescado, frutas, verduras, abarrotes y artículos varios. En el ambiente se escuchan los diversos llamados de los vendedores anunciando con rimas sus productos, los equipos de sonido rimbombantes con música; unos con vallenato, otros con champeta, salsa romántica y entre otros géneros que no se logran identificar en medio de la algarabía que sale de este lugar.
Pero en medio del caos tanto visual como auditivo, destaca un carrito de acero inoxidable con una vitrina llena de fritos, chicharrones y patacones, lo atiende una joven de cabello rojo con una gracia y delicadeza como si su carrito de antojos colombianos fuera un costoso instrumento musical, de él sale un olor reconfortante a frito hecho con maza de maíz recién hecho.
Se llama Yuvissa Ortiz, lleva 2 años vendiendo comida en el Bazurto. Dice que la fama de ser peligroso y desordenado que tiene el lugar nace de los prejuicios de las personas que no lo conocen por su desorganización y falta de aseo. No obstante, resalta que es un lugar alegre, dentro de su evidente humildad y que no es nada peligroso, a pesar de que la policía no tiene presencia en ese lugar. Y lanza el siguiente comentario:
“Toda la gente viene con moral todos los días a ganarse el dinero honradamente, pero si llega algún ‘avión’ a robarse algo, que le rece a Dios que no lo pillen, porque si no… jaja, la ‘paloterapia’ que le espera es grande. Aquí se respeta al cliente sea de quien sea”.