El sonido repetitivo que emite el tambor alegre del bullerengue tiene un estrecho parecido con los sonidos de las olas que chocan contra la costa.
Las cantadoras de bullerengue tienden a recurrir a la utilización de los melismas, una técnica en la que se alarga una sílaba mientras se cambia la nota varias veces por efectos emotivos. Esto asemeja la manera orgánica en la que las aves cambian de tonos de manera natural.
Por su trasfondo melancólico, la lluvia (suave o intensa) es uno de los sonidos naturales de los que más se apropia el bullerengue. Se trata de sonidos que, de diferentes maneras, se adaptan a la percusión o al canto.
Al ser un género que nació en la ruralidad, los sonidos de insectos (especialmente nocturnos) están muy presentes en él. Además, ayudan a ambientar las canciones en un entorno nocturno en el que muchas veces se tiende a escuchar este tipo de música.
El factor comunitario es intrínseco a la naturaleza del bullerengue. Es por eso que muchas veces las cantadoras principales se apoyan de un coro de la comunidad que responda a sus líneas melódicas. Esta es una manera de demostrar la unidad y participación que históricamente ha caracterizado a las comunidades partícipes.