La vida en torno a la molécula de agua en el último rincón del norte de Barranquilla. Moles de piedra y caños residuales profanan su pureza. Se retuerce, se hace pequeña, la rellenan, pero se mantiene viva. Anóxica, los peces tratan de respirar, y sin opciones boyan. Talan sus faldas protectoras y se reducen sus encajes. Desidia longeva, intereses de huevos de oro. La gallina en un partido de ajedrez, jugadores con las manos atadas. Cuatro jinetes que la defienden, sus dolientes, humanizan la batalla…
Si alguna vez pasa por la carrera 51B de la ciudad de Barranquilla en el Caribe colombiano, a la altura del Club Campestre, yendo en dirección hacia el extremo norte del Distrito, y gira la cabeza hacia el costado derecho, podrá divisar con suerte, esquivando los rascacielos en construcción, a la ciénaga de Mallorquín reposando sus aguas junto al mar Caribe, y la barrera de arena fina que los separa, de 50 metros de ancho y con un canal angosto para que los dos tipos de agua salada y salobre se comuniquen en ella; al río Magdalena en su margen izquierda desembocando en el mar Caribe; al arroyo Grande y León que le aportan agua continental; y a los barrios Las Flores, Villa del Mar y el corregimiento La Playa al extremo sur. A pesar de su ubicación estratégica, el humedal costero es hoy en día una víctima más de la incapacidad humana para salvaguardar la naturaleza.