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La Burgos, la mella mala

Por: Jhovanna Camargo

Entre las calles de San Basilio de Palenque, hay una casa que destaca por su brillante color naranja, rivalizando con el sol para iluminar toda la comunidad. “Las Alegres Ambulancias” se lee en la pared derecha, donde la gente del común suele poner la dirección que identifica a su residencia. Pero en un sitio donde todos se conocen y donde el foráneo se ubica preguntando, bastan y sobran tres palabras. La Burgos recorre la zona con la elegancia de una reina, en su cabeza lleva una pequeña vasija de plástico con cocadas. El equilibrio en todo su esplendor, más que caminar parece que ejecutara una danza, su andar rítmico es atrayente, parece que se mueve al son de una música que solo ella escucha en su cabeza. Su falda suelta y colorida acompaña el vaivén de sus caderas y su semblante sereno e imperturbable adornan sus facciones. Sentada en la terraza de su casa, con el naranja rebotando en toda su piel y las pulseras que carga en ambos brazos acompañando sus palabras como si de una canción se tratase, cuenta que su madre, “Graciela Salgado”, es quién le enseñó quien sería ella incluso antes de nacer: “Emelinda, mi sucesora”.

Con los ojos brillantes y una sonrisa que se deja entrever de los susurros, dice con orgullo que su madre fue una mujer muy reconocida dentro de su comunidad “Palenque”, por nacer en medio del tambor, del pechiche y con una familia dotada de música. Es ahora, cuando los años comienzan a pasar por sus ojos, que reconoce que todo lo que sabe de la música es gracias a su mamá, Graciela. “Y como yo soy mella con otra” cuenta la Burgos, se ensaña en una historia que a leguas se nota que ha relatado muchas veces, una historia que no pierde su esencia “Mi mamá siempre decía: esta que está aquí es la mala y se tocaba el lado izquierdo de la barriga, porque la otra es quietecita” cuenta con la voz bajita. “El día que fuimos a nacer...” comienza de nuevo “...primero nació mi hermana y Graciela decía que no gritó, ni hizo mucha algarabía cuando nació, estaba naciendo la mella buena... pero conmigo fue otra historia, comencé a gritar y a moverme, una vez nací dijo: esa era la mala, está es la que va a seguir con mi legado”. “Esta en esa esquina” señala La Burgos, pidiendo que por favor le acerquen el tambor de su mamá. Se le ilumina el rostro cuando lo ubica entre sus piernas y con fuerza empieza a despolvorearlo, sus expresiones se pintan de nostalgia, sin duda recordando a su madre. Así es como se adentra en un relato sobre su infancia “mella pásame el tambor” le decía Graciela a su hija en aquel entonces y procedía a tocar con mucho entusiasmo el mismo tambor que La Burgos sostiene ahora. Cuando terminaba de tocar se lo devolvía a su hija y le decía “ya se me quito el hambre”.

Emelinda Burgos Salgado, mira hacia arriba perdida en sus memorias y sonríe soñadoramente, “Y así le deje el nombre al tambor, quita hambre”. Tal como su madre le enseño, empieza a tocar y a cantar. “Mal pago se llama el perro y fortuna la perrita cuando se muera mal pago, queda la fortuna solita Y asi, asi, asi ” Cuando La Burgos canta y el tiempo parece suspenderse como si empezara a correr a un ritmo diferente, un ritmo que suspira de pesar ante la posibilidad de que Emelinda deje de cantar. Las personas a su alrededor quedan hipnotizadas, hechizadas, con un deseo profundo de que su voz se vuelva eterna. La Burgos cuenta que es la cantadora de “las alegres ambulancias” siguiendo los pasos pronosticados por su propia madre. Actualmente este grupo musical, toca con instrumentos más modernos como: bajo, trompeta, batería eléctrica y otros más. De esta forma muchos piensan que se pierde la esencia de lo que significa ser palenquero. Sin embargo, tras la preferencia de su propio hermano, Tomas Teherán, agregarles nuevos instrumentos a las alegres ambulancias lo que hace es garantizar que las nuevas generaciones se interesen en el bullerengue, pues los jóvenes suelen buscar música más movida. A la casa de Emelinda, llegan invitados y personas buscando sus conocimientos y su música, que deriva en alegría, nostalgia y reconocimiento, el valor de reconocerse y saber que la música palenquera, el bullerengue, protege y celebra nuestras raíces. Ella siempre les da la Bienvenida y los recibe con los brazos abiertos, coge el quita hambre y lo suena, mientras canta. “la gallina, la gallina, el gallo quiere cantar, La gallina copetona, el gallo quiere cantar” Al final del toque, ella pide que se echen otro y otro más, porque La Burgos cuando empieza cantar, ella no quisiera acabar.

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El Color de la Tradición

Por: Lucía Therán

En un pequeño pueblo a orillas de un río, llamado San Basilio de Palenque, donde el bullerengue era más que música; era la alegría y los colores de su gente. Cada octubre, el pueblo celebraba el Festival del Bullerengue, con música, bailes y muchas sonrisas. Pero lo que hacía el festival tan especial era la abuela Rosa. Ella conocía todas las canciones, los bailes y las historias del bullerengue, y las compartía con todos. Sin embargo, un día, la abuela Rosa se enfermó y, poco tiempo después, partió al cielo. Con su partida, algo extraño comenzó a suceder. Las canciones del bullerengue ya no sonaban igual, y poco a poco la gente empezó a olvidar las letras y los pasos de baile. Lo más extraño de todo fue que los colores del pueblo también comenzaron a desvanecerse. El verde de los árboles, el azul del río, e incluso el rojo de las flores se volvieron grises. Valeria, la nieta de Rosa, una niña que siempre había bailado y cantado con su abuela, notó que, cada vez que alguien olvidaba una canción o un paso de baile, una parte del pueblo perdía su color. Primero fueron las flores, luego las casas, y finalmente, las personas mismas empezaron a verse pálidas, como si se volvieran de blanco y negro. Pero lo peor de todo era que cuando algo perdía todo su color, el viento soplaba fuerte y se lo llevaba como si fuera polvo. Valeria vio cómo desaparecían las flores del jardín de su abuela, cómo el río se volvía una sombra triste de lo que era antes, y el miedo se apoderó de ella. ¿Qué pasaría si todo el pueblo desaparecía? Valeria sabía que tenía que hacer algo. Recordó las palabras de su abuela: "El bullerengue es vida. Mientras lo cantemos y lo bailemos, el pueblo siempre estará lleno de color." Una noche, cuando el viento empezaba a soplar más fuerte, Valeria decidió actuar. Tomó el tambor que su abuela le había regalado y fue a la plaza del pueblo. Allí, aunque no quedaba mucha gente, Valeria comenzó a tocar. Al principio, sus manos temblaban, pero poco a poco, el sonido del tambor llenó el aire. De repente, algo mágico sucedió. El gris que cubría la plaza comenzó a retroceder, y un pequeño rayo de color regresó a las flores. Valeria, emocionada, siguió tocando, recordando las canciones que su abuela le había enseñado. Aunque no lo recordaba todo, las notas salían de su corazón, y poco a poco, más colores regresaban. Los pocos niños que estaban en la plaza la vieron, y sin pensarlo, empezaron a unirse. Primero, cantaron suavemente, luego, comenzaron a bailar, recordando cómo lo hacían en el festival. Con cada paso y cada nota, el pueblo recobraba su color. El verde de los árboles volvió, el azul del cielo se hizo más brillante, y las casas recuperaron su alegre colorido. Pero todavía faltaba más. Valeria sabía que no sería suficiente con un solo tambor o unas pocas voces. El pueblo entero tenía que recordar. Así que corrió de casa en casa, llamando a los vecinos. "¡Vengan! ¡Canten, bailen! Si no lo hacemos, todo desaparecerá." Los adultos, aunque al principio estaban tristes y desanimados, escucharon el llamado de Valeria. Uno por uno, salieron a la plaza. Algunos trajeron sus tambores, otros comenzaron a cantar, y otros, aunque no recordaban mucho, bailaron como podían. El viento, que antes soplaba con fuerza, comenzó a calmarse, y el color regresó por completo al pueblo. Al final, el bullerengue llenó cada rincón, y el pueblo se llenó de vida una vez más. Valeria, con lágrimas de felicidad en los ojos, recordó las últimas palabras de su abuela: "El bullerengue vive en nuestro corazón, y mientras lo mantengamos vivo, nuestro pueblo siempre brillará." Desde aquel día, el Festival del Bullerengue no solo se celebraba en octubre. El pueblo decidió que debían cantar y bailar siempre, para que los colores nunca volvieran a desaparecer. Valeria se convirtió en la nueva guardiana del bullerengue, enseñando a los niños y recordando a todos la importancia de mantener viva la tradición. Y así, el pueblo nunca más volvió a perder su color, porque el bullerengue siempre latía en sus corazones.

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Podcasts

Este episodio explora la fusión del bullerengue, un género tradicional afrocolombiano lleno de historia y raíces culturales, con ritmos modernos como el electrónico, el hip-hop y el reggae. A través de una entrevista con Luis Angel Monsalve, estudiante de música, se analizan los desafíos y la riqueza creativa de mantener la esencia ancestral del bullerengue mientras se reinterpreta para nuevas generaciones. Con ejemplos musicales vibrantes, el programa muestra cómo esta combinación genera un diálogo entre lo tradicional y lo contemporáneo, dando vida a un sonido único y emocionante.

Por: Natalia Albor y Lucía Therán

Este episodio explora los origenes del bullerengue y sus raíces fúnebres, según la bailarina Palenquera Moraima Simarra. Ahonda en las variaciones del género y 2 de las cantoras más icónicas del mismo; y que han cimentado un legado histórico y cultural mientras se mantuvieron fieles a sus orígenes afrocolombianos.

Por: Javier Conde
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Datos y realidades: la situación del bullerengue en Colombia

Por: Mariana Sabalza y Jhovanna Camargo

El bullerengue es un género musical que nace en los departamentos de Bolívar, Córdoba, Sucre y parte de Antioquia; sin embargo, al provenir de esclavos africanos es muy difícil precisar el momento y el lugar exacto en el que surgió, pues es algo de lo cual no se tiene registros concretos. El origen de este género, aunque inexacto, se ha podido hilar a través de las historias contadas de generación en generación. Esta tradición musical se suele acompañar de historias de la vida cotidiana, o de bailes al son de los tambores hembra y llamador. Las mujeres son las principales intérpretes, son ellas quienes conocen de los mitos, leyendas y rezos de su comunidad, de esta forma la cantadora se convierte en una respetada matriarca. La importancia del bullerengue radica en que este representa un vínculo con la descendencia africana en Colombia, logrando proporcionar identidad y sentido de pertenencia a las comunidades. De la misma manera, este estilo musical procura mantener la memoria histórica de quienes lo cuentan y lo escuchan.

Pese a la riqueza cultural del bullerengue, este no cuenta con un gran número de oyentes, de hecho, de acuerdo con la encuesta de consumo cultural realizada por el DANE (última actualización hecha en 2023) con una muestra de 11,747 personas, es posible afirmar que los tres géneros más escuchados por los colombianos son: El vallenato, la música tropical (merengue y salsa) y la balada.

Mientras que entre los géneros menos populares se encuentran: La música del atlántico (gaita, bullerengue, millo, banda papayera), el Jazz, blues, soul y la música del pacífico (marimba, chirimía, etc.).

Según la percepción de los colombianos, entre los géneros menos escuchados se sitúan ritmos autóctonos de las regiones Pacifico y Caribe. El bullerengue, junto a otros géneros locales, se sitúa al final de la lista de preferencias musicales en el país, esto evidencia el escaso interés por escuchar música que se caracterice por preservar la historia de minorías y mantener las tradiciones. En contraste, el cuarto género musical más escuchado en el país es el reggaetón con un 38,53%, según la encuesta del DANE, esto también se puede evidenciar en la lista de top 50: Colombia de Spotify, donde el reggaetón predomina como el género más reproducido por los oyentes de la plataforma streaming, abarcando hasta el top 20 de esta lista. A pesar de que la gran mayoría de los artistas que interpretan estas canciones son nativos del país, el género musical, no lo es; este hecho, señala la paradoja de una cultura musical que parece valorar más las influencias externas que las raíces autóctonas.

Sin embargo, se debe hacer énfasis en que este tipo de listas hechas por la plataforma son temporales y se van actualizando a medida que las personas siguen reproduciendo música dentro de la aplicación; por esta razón, las tendencias no son definitivas. Al leer los datos de Spotify hoy, se puede afirmar que el vallenato, que es un género oriundo del país, no ocupa un lugar predominante entre las reproducciones. También es necesario destacar que, el número de colombianos que usa esta aplicación no representa la totalidad de los habitantes. Esto ejemplifica la brecha de la música popular y los géneros el bullerengue, el cual pertenece al folclor caribeño, se aleja de lo comercial y se transforma en historia. Es un género del que nunca se ha tenido un registro exacto, en comparación a investigaciones extensas que se han realizado sobre otros géneros del caribe como el vallenato o la champeta, pues este es contado de boca en boca por las comunidades que lo producen y lo mantienen. El interés de los colombianos por el bullerengue, aunque ha incrementado en los últimos años gracias a la difusión musical en las redes sociales, aplicaciones streaming y festivales como María la baja, no es suficiente para que capture la atención de gran parte de los oyentes colombianos y, por ende, motive indagaciones o documentación oficial al respecto.

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El bullerengue es un género que desde sus raíces ha permitido la libertad de pensamiento y contar historias de generación en generación. Hoy en día pese a no ser muy reconocido, hay algunos personajes que luchan por mantenerlo vivo.

Las Alegres Ambulancias

Petrona Martinez

Créditos

Natalia Albor - Editora General
Mariana Sabalza - Coordinadora de Redacción
Iraldo Pareja - Web Designer
Lucia Therán - Coordinadora de Diseño
Maria Garcia - Community Manager
Jhovana Camargo - Community Manager
Javier Conde - Editor de Página