El Paseo Bolívar, una vez aplaudido por su excelente progreso en el desarrollo económico y cultural de Barranquilla, refleja hoy una lucha constante entre el avance y el abandono. Este icónico corredor urbano, que en su época dorada albergó eventos como el Carnaval de Barranquilla y fue punto de encuentro social, enfrenta ahora desafíos como la inseguridad, el consumo problemático de drogas y la pérdida de su rol cultural central. Entre historias de lucha y quejas ciudadanas, este espacio narra un presente lleno de adversidades, pero también de resistencia.
En el siglo XX, el Paseo Bolívar fue el eje principal del comercio y la vida cultural en Barranquilla. Aquí se concentraban los negocios más importantes, oficinas gubernamentales y eventos que representaban el dinamismo de una ciudad en crecimiento. Sin embargo, las transformaciones urbanas lo desplazaron como núcleo central. Eventos como el Carnaval, que alguna vez llenaron sus calles de vida, se trasladaron a otros sectores de la ciudad, como la Vía 40, dejando a la zona relegada en importancia simbólica y económica.
Además del cambio de rutas festivas, la modernización no ha llegado al Paseo Bolívar de la manera esperada. La falta de planificación ha generado un deterioro evidente: calles desgastadas, aceras invadidas por el comercio informal y estructuras arquitectónicas abandonadas. Informes recientes destacan que cerca del 30% de los edificios en el centro se encuentran en condiciones críticas, lo que refuerza la percepción de descuido institucional.
La inseguridad es la principal preocupación para quienes transitan o trabajan en el Paseo Bolívar. Álvaro Iglesias, un comerciante con más de cinco décadas en la zona, no oculta su indignación: “Aquí los ves, caminan fumando marihuana y también se paran en la esquina a robarle los aretes y cadenas a niñas como ustedes”. Este testimonio refleja una realidad generalizada donde el consumo de sustancias psicoactivas ocurre a plena luz del día, sin control ni intervención policial.
Según cifras del Observatorio de Seguridad Ciudadana, el centro de Barranquilla reporta índices alarmantes de delitos menores y hurtos personales. “Ya nadie se siente seguro. Yo tengo que cerrar temprano porque a las cinco o seis esto es tierra de nadie”, comenta Humberto Grazziani, fotógrafo y vendedor de ropa al final de la jornada.
Las quejas también incluyen problemas de salubridad, como la acumulación de basura y la falta de baños públicos. Comerciantes y visitantes coinciden en que la presencia policial es escasa, alimentando la percepción de abandono: “En el Paseo Bolívar nadie parece respetar la autoridad”.
A pesar de las condiciones adversas, el Paseo Bolívar sigue siendo un espacio de lucha y supervivencia para quienes dependen de él. María Contreras, una vendedora de frutas, comparte su realidad: “Aquí toca rebuscarse todos los días. Si no vendo, no hay para comer. Y el humo de los carros y las drogas nos enferma, pero no tenemos otro lugar”. Para personas como María, el Paseo Bolívar es más que un lugar de trabajo: es un símbolo de esfuerzo diario.
Los vendedores ambulantes enfrentan una dura batalla por permanecer en un entorno donde la informalidad es la regla no oficial. Este panorama, aunque desafiante, muestra que el Paseo Bolívar sigue siendo un lugar de resistencia para quienes lo habitan.
Con su mezcla de pasado glorioso y presente caótico, el Paseo Bolívar es un microcosmos de las tensiones que enfrenta Barranquilla como ciudad. Aunque las autoridades han propuesto planes de modernización, su impacto aún no se siente en las calles. Este espacio necesita algo más que promesas: requiere acciones concretas para recuperar su significado cultural y económico, al tiempo que respalda a las comunidades que dependen de él. Mientras tanto, el Paseo Bolívar seguirá siendo escenario de lucha, de historias y de resistencia frente al abandono.
Por Mary Emilia Escobar Calderón