Entre las calles de San Basilio de Palenque, hay una casa que destaca por su brillante color naranja, rivalizando con el sol para iluminar toda la comunidad. “Las Alegres Ambulancias” se lee en la pared derecha, donde la gente del común suele poner la dirección que identifica a su residencia. Pero en un sitio donde todos se conocen y donde el foráneo se ubica preguntando, bastan y sobran tres palabras. La Burgos recorre la zona con la elegancia de una reina, en su cabeza lleva una pequeña vasija de plástico con cocadas. El equilibrio en todo su esplendor, más que caminar parece que ejecutara una danza, su andar rítmico es atrayente, parece que se mueve al son de una música que solo ella escucha en su cabeza. Su falda suelta y colorida acompaña el vaivén de sus caderas y su semblante sereno e imperturbable adornan sus facciones. Sentada en la terraza de su casa, con el naranja rebotando en toda su piel y las pulseras que carga en ambos brazos acompañando sus palabras como si de una canción se tratase, cuenta que su madre, “Graciela Salgado”, es quién le enseñó quien sería ella incluso antes de nacer: “Emelinda, mi sucesora”.
Con los ojos brillantes y una sonrisa que se deja entrever de los susurros, dice con orgullo que su madre fue una mujer muy reconocida dentro de su comunidad “Palenque”, por nacer en medio del tambor, del pechiche y con una familia dotada de música. Es ahora, cuando los años comienzan a pasar por sus ojos, que reconoce que todo lo que sabe de la música es gracias a su mamá, Graciela. “Y como yo soy mella con otra” cuenta la Burgos, se ensaña en una historia que a leguas se nota que ha relatado muchas veces, una historia que no pierde su esencia “Mi mamá siempre decía: esta que está aquí es la mala y se tocaba el lado izquierdo de la barriga, porque la otra es quietecita” cuenta con la voz bajita. “El día que fuimos a nacer...” comienza de nuevo “...primero nació mi hermana y Graciela decía que no gritó, ni hizo mucha algarabía cuando nació, estaba naciendo la mella buena... pero conmigo fue otra historia, comencé a gritar y a moverme, una vez nací dijo: esa era la mala, está es la que va a seguir con mi legado”. “Esta en esa esquina” señala La Burgos, pidiendo que por favor le acerquen el tambor de su mamá. Se le ilumina el rostro cuando lo ubica entre sus piernas y con fuerza empieza a despolvorearlo, sus expresiones se pintan de nostalgia, sin duda recordando a su madre. Así es como se adentra en un relato sobre su infancia “mella pásame el tambor” le decía Graciela a su hija en aquel entonces y procedía a tocar con mucho entusiasmo el mismo tambor que La Burgos sostiene ahora. Cuando terminaba de tocar se lo devolvía a su hija y le decía “ya se me quito el hambre”.
Emelinda Burgos Salgado, mira hacia arriba perdida en sus memorias y sonríe soñadoramente, “Y así le deje el nombre al tambor, quita hambre”. Tal como su madre le enseño, empieza a tocar y a cantar. “Mal pago se llama el perro y fortuna la perrita cuando se muera mal pago, queda la fortuna solita Y asi, asi, asi ” Cuando La Burgos canta y el tiempo parece suspenderse como si empezara a correr a un ritmo diferente, un ritmo que suspira de pesar ante la posibilidad de que Emelinda deje de cantar. Las personas a su alrededor quedan hipnotizadas, hechizadas, con un deseo profundo de que su voz se vuelva eterna. La Burgos cuenta que es la cantadora de “las alegres ambulancias” siguiendo los pasos pronosticados por su propia madre. Actualmente este grupo musical, toca con instrumentos más modernos como: bajo, trompeta, batería eléctrica y otros más. De esta forma muchos piensan que se pierde la esencia de lo que significa ser palenquero. Sin embargo, tras la preferencia de su propio hermano, Tomas Teherán, agregarles nuevos instrumentos a las alegres ambulancias lo que hace es garantizar que las nuevas generaciones se interesen en el bullerengue, pues los jóvenes suelen buscar música más movida. A la casa de Emelinda, llegan invitados y personas buscando sus conocimientos y su música, que deriva en alegría, nostalgia y reconocimiento, el valor de reconocerse y saber que la música palenquera, el bullerengue, protege y celebra nuestras raíces. Ella siempre les da la Bienvenida y los recibe con los brazos abiertos, coge el quita hambre y lo suena, mientras canta. “la gallina, la gallina, el gallo quiere cantar, La gallina copetona, el gallo quiere cantar” Al final del toque, ella pide que se echen otro y otro más, porque La Burgos cuando empieza cantar, ella no quisiera acabar.