La desigualdad en Latinoamérica no es un secreto. Sin embargo, aunque sea pública en más de un informe, como en el de desarrollo humano de la ONU en 2019, nos negábamos a hablar de ella. La mirábamos por encima. Era nuestro día a día: en Colombia, el empleo informal aumentaba; en Brasil, las zonas rurales estaban (y están) desprotegidas; en Chile, una mujer que nace en un barrio pobre de Santiago nace con una esperanza de vida 18 años menor que una que nace en un barrio adinerado de la misma ciudad, según estudios. Casos se ven alrededor de todas nuestras tierras que un día estuvieron colonizadas. Esto es, de hecho, lo que para expertos nos hace la región más desigual del mundo. Algunas familias ricas, blancas en su mayoría, y muchas familias pobres, de todo tipo de razas, fue lo que dejó el imperialismo.
Con la llegada del COVID-19, la desigualdad ya no puede pasar por alto. Es casi imposible ignorarla, es inhumano no verla. Es por esto que es importante resaltar lo que para unos es muy fácil hacer para cuidarse de esta enfermedad, que para otros puede llegar a ser muy difícil.
Lo primero que recomienda la OMS para prevenir el contagio es el distanciamiento social. Dicho distanciamiento es promovido por los gobiernos -no todos, podemos ver el caso de Bolsonaro- y por las empresas al proponer el teletrabajo y la educación virtual. Sin embargo, se les olvida lo desiguales que son sus países. En Colombia, el empleo informal para febrero de 2020 había aumentado. Según el DANE, las cifras serían de 45,2% en los hombres y 48,6% en las mujeres. Entre estas cifras, están los vendedores ambulantes que en las ciudades de la costa recorren las calles todos los días, a pesar de las medidas de distanciamiento, para tener con qué subsistir. Al contrario de las personas que tienen un empleo fijo, ellos no están pensando en qué pijama se pondrán para ir al trabajo frente a un computador, del que muchos carecen. Expuestos al contagio de un virus que ya está en el ambiente, a ellos no les aplica el “teletrabajo”.
El otro tema que trae la virtualidad es la educación. ¡Qué martirio! Mientras muchos nos quejamos de estar sentados frente a un computador por diez horas haciendo trabajos y en reuniones en Zoom, Google Meet y Teams, hay otros que no tienen ni siquiera un celular en el que puedan revisar WhatsApp, ni acceso a internet o datos móviles. Esto no pasa solo en Colombia, pero por lo menos en Panamá, con un acceso a la televisión amplio en la mayoría de hogares, los niños tienen horas específicas para ver programas que simulan las clases en la televisión pública según su grado de escolaridad. En su país vecino, Colombia, las escuelas rurales no saben qué hacer. Los maestros están desprovistos de tecnología y los niños no tienen acceso a esta. Las clases, para los que pueden conectarse, tocan por WhatsApp y con mucha deserción. Hace días una influencer barranquillera buscaba ayuda para la mamá de siete niños en esta ciudad de la costa caribe que no tenía teléfono, ni computadores, ni una conexión a internet para que sus siete hijos siguieran estudiando. Ella consiguió la ayuda, claro, porque las redes mueven masas, pero de eso en primera instancia no debió ocuparse Instagram.
Otra recomendación de la OMS para prevenir el contagio es el constante lavado de manos con agua y jabón. Estoy segura de que esto sí que nos parece básico, ¿quién no podría hacerlo? ¡Una actividad tan cotidiana! Pero en Venezuela, las fallas de los servicios básicos como la electricidad y el agua no se presentan solo en las zonas rurales. Sin agua, y sin recursos para comprar bidones, ¿cómo vas a lavarte las manos? El pasado mayo hubo una explosión en el sistema Tuy II que dejó sin el servicio de agua a muchos sectores del estado Miranda y de la ciudad de Caracas, la misma capital. Si vivías en un edificio que tuviera reservas, bien por ti, pero, ¿y si no? Ese es el caso de la mayoría.
La lista de medidas no acatadas por la clara desigualdad en Latinoamérica podría seguir. Sin embargo, algo está claro y es que somos el nuevo foco de la pandemia, los casos siguen aumentando y la desigualdad sigue saliendo más y más a la luz. En lugar de criticar a la persona que no puede adaptarse a lo recomendado, desde nuestro privilegio -si lo tenemos-, debemos reflexionar sobre el lugar en el que vivimos, las evidentes brechas que existen y qué estamos haciendo para ser más conscientes de estas. Si algo ha sacado a relucir esta pandemia, son precisamente las problemáticas más agudas de los países, y Latinoamérica no se queda atrás.