Para referirnos a la relación entre Estados Unidos y China primero debemos conocer su pasado que, más o menos, se remonta a finales de la Revolución de 1911. Sus relaciones diplomáticas los han mantenido muy cerca. Fueron aliados en la Segunda Guerra Mundial, también fortalecieron lazos estratégicos durante la Guerra Fría. Y, desde que China se disparó entre los mercados más importantes dentro del comercio mundial a partir del año 2002, Estados Unidos se ha esforzado por seguir aparentando que tienen una amistad con beneficios bilaterales. Sería mentira negar que de parte de los chinos existe una gran variedad de estrategias, en caso de que algún nuevo gobierno estadounidense venga con intenciones egoístas.
Pero, adivinen. En 2017 se sentó en el trono de la Casa Blanca un nuevo personaje a ponerle más adrenalina a la política: Donald John Trump, el 45º presidente de Estados Unidos. Aunque los ciudadanos estadounidenses en su contra sabían el gran error que se estaba cometiendo al haber puesto como mandatario a un hombre blanco privilegiado con actitudes discriminatorias, nadie se imaginó la ola de desgracia que se aproximaba para los años siguientes.
En diciembre de 2019, el gobierno de China anunció el brote de una supuesta neumonía, que a estas alturas se le conoce como COVID-19. Lo curioso con esta fecha es que, en 2018, expertos de Harvard advirtieron el riesgo de una pandemia inevitable, pero manejable, y solo hacía falta que el presidente diera la orden de una emergencia sanitaria a tiempo para prevenir el colapso del comercio. Pero nada de eso sucedió. Trump salió el 19 de marzo de 2020 a socorrer a los medios de comunicación reconociendo la gravedad del asunto y, por fin, exponiendo su decisión de poner a todo el país en estado de confinamiento obligatorio. No pasó ni un mes cuando Estados Unidos ya contaba con más de 240.000 casos de contagios y más de 6.070 fallecidos. En menos de un mes, el país que en su historia siempre ha pretendido posicionarse por encima del resto logró hacerlo una vez más. Aunque de una miseria se tratara, Estados Unidos superó a Italia y, por supuesto, a su mejor amigo por décadas, China.
¿Pero dónde están los amigos cuando los necesitas? Desde diciembre del año pasado hasta los primeros meses de 2020, China estuvo al borde de la locura por tantos casos de contagios y defunciones. ¿Dónde estaba Trump para enviarles apoyo en enero? ¿Dónde estuvo para hacer lo que el presidente de una potencia mundial haría? Yo les diré dónde: en su cuenta de Twitter sermoneando a los chinos y promoviendo la discriminación. “Los Estados Unidos van a apoyar poderosamente aquellas industrias, como aerolíneas y otras, que están particularmente afectadas por el virus chino. ¡Seremos más fuertes que nunca antes!”, dijo. No importó que la OMS sugiriera no estigmatizar a un grupo específico como culpable del coronavirus, ni vincular a ningún país o nacionalidad por el origen de la pandemia. Mientras Donald Trump siga siendo él mismo, las alianzas y el apoyo humanitario serán dos temas sacados desde el salón de la hipocresía que el mandatario lleva por donde camine.
Es irónico que una persona con tanto dinero y educación privada tenga tan malos modales, y además ocupe el cargo más importante de un país tan popular como lo es Estados Unidos. Parece que el puesto le ha quedado más grande que Rusia al planeta.
Las dudas que más me intrigaba por responder son: dónde ha quedado China y cómo se ha defendido. Pues, como estas dos enormes naciones, potencias mundiales y todos los demás elogios que quieran, han tirado por la borda sus economías -principalmente Estados Unidos-, los países en América Latina estamos sollozando desde la caída del petróleo, la caída de las bolsas, la interrupción masiva de la producción en las empresas y la muy baja demanda en el sector de turismo. ¿Y ahora quién podrá salvarnos? Una cosa es cierta: sí contábamos con la astucia de China, que apareció de entre los muchos muertos para tomar responsabilidad por los daños en casi todos estos países, como Venezuela, Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y México, que han salido beneficiados con los aportes de pruebas para coronavirus, mascarillas KN95, equipo y personal médico.
Hoy, mientras la imagen de Donald Trump sigue siendo tan deplorable como antes por sus decisiones poco diligentes y comentarios absurdos que solo lo ridiculizan a sí mismo y a su séquito de republicanos, Estados Unidos atraviesa una situación crítica no solo por la crisis sanitaria, sino porque el desempleo se ha catapultado por las nubes. Las cifras del Departamento de Comercio indican que la actividad económica se contrajo a un 4,8% en los tres primeros meses del año, lo que es preocupante por su similitud a los resultados económicos en 2008 después de la Gran Recesión.
En mi opinión, descartando los hechos y daños irreversibles para quienes ya no tienen nada que perder en sus vidas, la esperanza para el comercio internacional brilla más por el lado de China que por el lado de Estados Unidos, al menos mientras Trump siga en el poder. No hay justificaciones exactas que expliquen por qué se hizo el sordo ante las advertencias de la pandemia desde el 2018, tampoco las hay para explicar por qué sigue actuando como un dictador mientras sostiene una biblia, como lo hizo recientemente ante las manifestaciones por el genocidio efectuado bajo el racismo. Pero algo que puedo afirmar, es que por el lado de Latinoamérica deberíamos mantener lazos de genuina confianza y apoyo entre naciones para salir adelante luego que el brote disminuya notablemente. Porque de lo contrario, seremos los únicos a la deriva sin Estados Unidos y como carga para la República de China.
Este no es el fin del gobierno de Trump. Tampoco lo es para el coronavirus ni el desempleo. Este es el inicio de una nueva era dictatorial a la que no deberíamos hacer de la vista gorda solo porque no somos ciudadanos estadounidenses. Si Estados Unidos se hunde, todos nos iremos detrás de ellos. Y eso es lo que China querrá evitar para ganarnos de su lado y al fin enseñarle su lección a Trump.
Si los gringos crean un arma afilada a sus espaldas, los chinos sabrán con antelación cómo sacarle el doble filo. Siempre a un paso por delante de todos y, quién sabe, quizás sí fueron los creadores del virus y siempre han tenido la cura. Pero todas estas son conspiraciones alrededor de China y su supuesto plan calculador de cómo aplastar a Estados Unidos con la frente en alto, como el gigante asiático que es, y como los amigos que son… o no.