Si algún apasionado al fútbol leyó el título y quiere saber cuál es el futbolista que está jugando en Old Trafford, concentrando en la ciudad de Manchester y compartiendo cancha con Rashford, pues temo decirle que se confundió. Y es que para Oscar Iván Alfonso Polanía el “teatro de los sueños” hace mucho tiempo dejó de ser el conocido estadio del Manchester United (Old Trafford), dado que ahora es el teatro de la aduana, la fábrica de la cultura, las casas teatrales y un futuro en la pantalla grande. Ivan Alfonso es un joven barranquillero de 19 años, oriundo del barrio San Luis en las inmediaciones de la cordialidad, estudiante del popular colegio Inocencio Chincá —el colegio de las caritas, de los filósofos en la pared— e integrante de la compañía artística Mandragorart. Desde abril del presente año hace parte de Mandragorart, donde tan joven y novato ya se ha hecho con protagónicos y participaciones en el elenco de las principales obras de teatro y cabaret de esta compañía.
En sus inicios, decisiones familiares produjeron una época nómada entre Barranquilla y Bogotá por la cual Iván nunca se pudo acomodar bien en el colegio. Sin pena ni remordimiento, cuenta lo duro que se le hace la parte académica, los “numéritos”, las ciencias y demás. Sin embargo, contra todo pronóstico está recuperando matemáticas y ya se enlista como graduando en su colegio, con el apoyo de muchos de sus maestros y el orgullo de sus padres que miran desde el balcón. No quiere regalo de grado; esa tradición de los padres de hacer —o al menos querer, en muchos casos— un gran último gasto en la etapa escolar a él le parece innecesario: considera que “no está en edad de gastar, está en edad de invertir”.
Muy distinto de la típica historia vocacional en la que desde el primer lustro de vida ya sabían qué hacer, cómo mejorar y dónde emplear cualquiera que fuese su aptitud, Iván fue sincero. Primero, la tradicional cultura barranquillera se lo llevó por delante (tal como sus arroyos en época de lluvia) y lo indujo a querer ser futbolista de pequeño; tuvo todo: botines, balón, proceso en escuelas y una lesión en la rodilla lo alejó de ese mundo. Luego, unos arranques entre amigos y la popularidad de la creación de contenido de entretenimiento y humor digital —o videitos de risa, como él dijo— los llevaron a crear una página y unos cuantos videos, pero ese camino no le atrajo lo suficiente. Después intentó seguir grabando solo, pero en el perfil de facebook del amigo de la hermana se le indicó un camino que con todo y barro quería atravesar: actuación. Su papá (quien ya le decía que podía potenciar su gracia de videos en algo más formal) lo apoyó y le preguntó a el amigo de su hermana, entró a Mandragorart y estudió actuación y formación actoral. Ahí empezó todo.
Dentro de Mandragorart, su visión de Barranquilla cambia y en él crece una ambición por elevar el nombre e historia cultural de la ciudad hacia el estrellato. Tal como en la Europa del siglo XX, en él emerge un sentimiento nacionalista que lo motiva y excita para ser un orgullo cultural de la ciudad y país, guiado por lo que aprende y por quién el considera su padre artístico: Albie Birmann. En la compañía, se esfuerza por aprender a ser mejor persona y ciudadano, le gusta relacionarse con personas mayores (en conocimiento y edad) por cómo estos le ayudan a “crear una gran filosofía” y así controlar el talento que recién está descubriendo. Finalmente, por esa cercanía con los mayores o quizá por la facilidad que él sí tiene para leer las frases de las paredes de su colegio y que nosotros no cuando vamos rápido en el bus, a veces es capaz de brindar frases reflexivas que representan el ejemplo que siempre quiere dar un artista: “Sueña, pero no duermas tanto”.