Barranquilla es un mosaico de historias y memorias que trascienden los bits y los pixeles. Nuestro patrimonio no es un objeto de museo digital, sino un organismo vivo y cambiante que respira en los relatos propios, en las esquinas de nuestros barrios, en las tradiciones que se transmiten de una generación a otra. La relación entre tecnología y cultura, sin embargo, plantea preguntas esenciales sobre sus limitaciones y sobre sus posibilidades: ¿puede la tecnología, por sí sola, preservar y fortalecer el patrimonio cultural de la ciudad?
Hay una diferencia monumental entre “tener acceso” y “hacer propio”. La tecnología puede documentar y actuar como un catalizador de los procesos patrimoniales de la ciudad, pero no puede, bajo ninguna circunstancia, generar ese vínculo visceral que solo es posible a través de la experiencia directa y la transmisión cultural. Durante hace algún tiempo la tecnología se ha levantado como un instrumento que promete democratizar y preservar nuestra memoria, y en algunos aspectos, ha cumplido. Las nuevas tecnologías facilitan el acceso a la información y a la documentación de eventos culturales; un caso exitoso es la digitalización de archivos históricos, que ahora son accesibles desde cualquier dispositivo, permitiendo a los investigadores y ciudadanos conocer mejor su herencia cultural. No obstante, no ha logrado cerrar las brechas entre la conexión emocional y cultural de los barranquilleros con su patrimonio.
En la realidad esta era digital y “tecno-cultural” no ha hecho más que revelar las profundas grietas que tiene la relación del barranquillero con su cultura. Ahora, no trato en ningún punto de satanizar a la tecnología, sino de entender su rol. Es un catalizador, sí, pero no un milagro. La tecnología simplemente no puede llenar los vacíos que nacen de una desconexión con nuestra propia historia. Hay que entender que la cultura no se preserva con bases de datos y algoritmos, sino con un compromiso más allá de las pantallas.
El barranquillero hoy se encuentra expuesto a un problema que no puede ser resuelto a punta de galerías digitales u otras formas de expresión cultural en medios tecnológicos. Es fundamental que las iniciativas tecnológicas trabajen en conjunto con proyectos educativos y culturales locales para generar un cambio significativo. El acceso no garantiza la apropiación ni el interés en producir y consumir cultura. Y, he aquí, una de las limitaciones más grandes que tiene la digitalización: muchos barranquilleros todavía no consideran que la cultura de su ciudad tiene un valor intrínseco que merezca ser consumido y apoyado económicamente.
Uno de los grandes vacíos en el sector cultural de La Arenosa, es la falta de educación de públicos que comprendan y reconozcan el valor de consumir cultura y que estén dispuestos a invertir en ella. Hay estudios que afirman que los niveles de participación en eventos culturales en la ciudad están por debajo del promedio nacional. Me atrevería a afirmar; con justa causa, que eso es, en parte, debido a la percepción generalizada de que la cultura debe ser gratuita o de acceso inmediato. Esto, por supuesto, complica los esfuerzos del sector cultural para sostenerse y crecer. Datos del DANE y otras investigaciones muestran que más del 60% de las personas no asiste a espacios culturales como museos, galerías o casas de cultura.
Muy acertadamente en su tiempo Pierre Bordieu habló del "capital cultural", txérmino que define como un “Conjunto de hábitos y prácticas que se adquieren y asimilan con el tiempo”. Consumir y, sobre todo, valorar la cultura no es un asunto que venga así porque sí de la noche a la mañana; requiere de una serie de procesos de formación sostenidos y de estrategias para convertir el patrimonio en algo propio. Es aquí donde radica uno de los mayores retos para Barranquilla: cómo transformar las herramientas tecnológicas en aliados que no solo faciliten el acceso, sino que también activen ese proceso de apropiación colectiva de nuestra memoria y patrimonio.
Si bien la tecnología es un catalizador poderoso para la cultura y los procesos relacionados con ella en la ciudad, no puede considerarse la gran salvadora de la memoria ni de la conexión de la ciudadanía con su patrimonio. Los problemas de fondo radican en la falta de incentivos y una educación que fomente el consumo, la valoración y la apropiación activa de nuestro legado cultural.