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El baile de los Colores

Por: Iraldo Pareja

En un pequeño y colorido pueblo llamado Sonrisas, donde cada amanecer traía consigo un nuevo motivo para celebrar, vivía un niño llamado Milton. Su vida giraba en torno a tres grandes pasiones: jugar al fútbol en las polvorientas calles, ver películas en casa de su abuela y disfrutar del delicioso sancocho que solo ella sabía preparar. Pero había una chispa especial en su corazón, una melodía vibrante que lo llenaba de alegría: el bullerengue. Esa música, llena de ritmo y sabor, hacía vibrar no solo su cuerpo, sino también el alma de su familia. A medida que su cumpleaños se acercaba, Milton tuvo una idea brillante. Decidió organizar una fiesta en su casa, un encuentro donde pudiera compartir su amor por el bullerengue con sus amigos del colegio y su querida familia. Con manos entusiastas, preparó una gran pancarta que, colgada entre los árboles del jardín, proclamaba: "¡Fiesta del Bullerengue! Todos son bienvenidos". Sin embargo, no todo era color de rosa. Al escuchar la invitación, algunos niños como Tomás y Clara comenzaron a murmurar entre ellos. “El bullerengue no es para nosotros. a mí me gusta mas el pop, la música de Harry Styles o el reggaetón, no esa música rara”, decía con desdén Clara. Las palabras de sus compañeros resonaron en el corazón de Milton porque sentia que lo estaban discriminando por la musica que le gustaba a el y a su familia. Pero en lugar de rendirse, su determinación creció. Sabía que la música era un lenguaje especial, un hilo que unía a las personas más allá de las diferencias. El día de la fiesta llegó, y con él, la emoción llenó el aire. Milton, muy emocionado y alegre, empezó a moverse al ritmo del bullerengue, dejando que los sones vibrantes envolviesen el jardín de su casa mientras les explicaba la historia del bullerengue a sus amigos. Milton dijo: El bullerengue es un tipo de música y danza que nació en la región del Caribe colombiano, especialmente en la costa. Se caracteriza por su ritmo alegre y pegajoso, que hace que la gente quiera bailar. Esta música se toca con tambores y se acompaña de cantos que cuentan historias de la vida diaria y la cultura. El bullerengue es una forma divertida de celebrar y compartir momentos especiales con amigos y familia en la tradicion afro. La melodía comenzó a danzar entre los árboles, y poco a poco, otros niños, atraídos por su energía, se acercaron. Tomás y Clara, con un poco de timidez, se unieron al bullicio, dejando que el ritmo los guiara. A medida que los tambores resonaban y la música llenaba el espacio, la magia del bullerengue se desplegó como un arcoíris después de la lluvia. Los corazones comenzaron a latir en el jardín de Milton, todos los niños bailaban juntos, creando una hermosa danza de amistad, donde los pasos se entrelazaban y las sonrisas iluminaban sus rostros. La música, con su fuerza y alegría, tejió un lazo invisible entre ellos, uniendo sus almas en un solo compás. Al final de la fiesta, mientras los últimos acordes resonaban en el aire, Tomás se volvió hacia Milton con una sonrisa sincera y dijo: “¡No sabía que el bullerengue era tan divertido! ¡Gracias por compartirlo con nosotros!” Clara, iluminada por la experiencia, añadió: “Sí, deberíamos escucharlo más a menudo. Es como un abrazo que nos une”. Y así, en aquella fiesta mágica, el bullerengue no solo llenó el aire con su ritmo contagioso, sino que también sanó corazones y creó nuevas amistades, recordando a todos que la música tiene el poder de transformar y unir.

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Trailer - Raíces De Mi Tambor

En las calles de San Basilio de Palenque, la bailarina Moraima reflexiona sobre el descontento del palenquero promedio ante la incorporación de nuevos instrumentos al bullerengue. Por otro lado, Tomás Terán, músico y profesor de la Universidad del Norte, defiende la evolución del género como una forma de atraer a nuevas audiencias. En el centro de este debate está La Burgos, hija de Graciela Salgado, fundadora de Las Alegres Ambulancias, y hermana de Tomás. Ella ha encontrado un equilibrio entre la preservación de las tradiciones y la apertura a la modernidad, garantizando la continuidad del género. Este documental explora las posturas opuestas sobre el futuro del bullerengue, mientras celebra un punto de encuentro donde lo contemporáneo y lo tradicional coexisten.
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Galería

Por: Lucía Therán

Quisimos realizar un reportaje gráfico que capturara la esencia de las matronas de Palenque en la cocina, mostrando su arte y tradición al preparar platos típicos. Nuestro objetivo es resaltar su conexión con la herencia cultural, la riqueza de sus recetas y el ambiente único que rodea este saber ancestral, preservado generación tras generación.

Hicimos un reportaje gráfico de las casas y calles de Palenque para capturar su esencia única, reflejo de su historia y cultura. Buscábamos destacar la arquitectura, los colores vibrantes y los detalles que cuentan las historias de su gente, así como la vida cotidiana que se respira en cada rincón del lugar.

Por: Natalia Albor
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Historias con Arte

Por: Natalia Albor

El Color de la Tradición

El Baile de los Colores

Quitambre, el tambor de mi corazón

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De la Memoria Afrocaribeña a la Conquista de Nuevas Frontera

Por: Natalia Albor y Maria García

Al son del tambor, le acompaña un canto que, con sus finales melodiosos y largos, hace de una historia cotidiana, sea triste o alegre, una canción que se danza sin levantar el pie del suelo y se siente cómo un cosquilleo que brota y contagia las ganas de bailarlo. En su contemporaneidad, mezclado con más instrumentos, en lo posible elaborados con manos y elementos de la tierra, de lo cercano, de lo propio, de lo cultivado, que lo hacen un género único, tradicional y distinguido, ese es el bullerengue.  Este es un género musical del Caribe Colombiano que se ha encargado de mantener la memoria histórica de los pueblos negros en su época de esclavitud. Emelina Reyes Salgado es una de las principales cantautoras de bullerengue, nacida en San Basilio de Palenque y miembro del grupo Las Alegres Ambulancias. Ha hecho de su vida una canción al compás del tambor alegre con este género que la acompaña desde antes de su nacimiento. Para ella, ha sido un honor llevar en avión con destino a diferentes partes del mundo como Europa y Estados Unidos, sus raíces, su tambor y su canto alegre, con el fin de dar a conocer más el género, y que por supuesto, todo el mundo reconozca al bullerengue como un género distinguido que le canta a la vida y a la muerte y que trasciende por diferentes generaciones para impulsarlo por este camino. Los siguientes datos son producto de la encuesta cultural realizada por el DANE en el 2021 y estudiados por el economista Manuel Maldonado. Fueron seleccionadas 58 personas de diferentes regiones, ciudades y edades diferentes, con el fin de mirar qué tipo de personas podrían ser consumidoras del bullerengue y qué los caracterizaba en particular, por ejemplo, en la siguiente tabla se muestra en qué región residen las personas encuestadas, a partir de ahí, se desarrollan otros filtros que nos muestran más sobre cómo el bullerengue trasciende en el país.

La región Caribe representa el 43.10% y la región Pacífica el 56.90% del total. De estos resultados, se demuestra que la región donde se origina el bullerengue no es la que lidera las encuestas, sino la región vecina. Esta encuesta se hizo para revisar y conocer cómo se ha expandido en el país, tanto así, que ni siquiera su origen es encabeza las estadísticas, sino una región vecina. Según Manuel Maldonado, estos resultados puede que sean Que el bullerengue sea más escuchado en una región diferente a la nativa, significa que la gente sí reconoce este género como parte de la herencia y patrimonio oral qué hay detrás del género, lo que nos lleva a deducir que sí hay diversidad musical y una posibilidad de que el género siga creciendo y cruce diferentes fronteras, como lo ha logrado hacer Emelina en su gira por Estados Unidos y Europa en diferentes oportunidades. También, según Manuel Maldonado esto significa que podría existir una transculturización e interés creciente en géneros musicales fuera de su región, producto de un posible impacto de la cultura caribeña en el interior del país, medios de comunicación o la globalización cultural. No está de más decir, que este impacto motiva a que más personas, indistintamente de su residencia, sepan qué es el bullerengue, e incluso, lleguen a adaptarlo a su cultura y contexto social.

La mayoría escucha música grabada todos los días (53.45%), seguido de varias veces a la semana (32.76%) y una minoría una vez a la semana (13.79%). La mitad de los encuestados tiene la posibilidad de escuchar música grabada todos los días, y haciendo alusión a el género, estos resultados reflejan para Maldonado, que los medios y las plataformas musicales han incorporado más géneros fuera de lo anglosajón y que ha avanzado lo suficiente para que muchas personas tengan el acceso a escuchar ese tipo de música, que anteriormente no era común que estuviera digitalizada. De hecho, en julio de este año, la revista Semana hizo un estudio sobre los ritmos caribes que apoderaban las listas de plataformas como Spotify. Entre ellos, está Mathieu Ruiz, un cantador de bullerengue barranquillero que se caracteriza por su increíble voz, tanto así, que ha tenido la oportunidad de seguir creciendo en el género, creando un grupo de música tradicional del caribe colombiano, que se encargue de llevar todos los ritmos de la región a otro nivel.

También, cuenta qué el bullerengue no solo se ha vuelto más popular, sino que también ha permitido cantadoras como Emelina Reyes sean más familiarizadas en la actualidad y también permite que se creen nuevas canciones con ritmos diferentes, que se conozca más sobre su historia, y que, por supuesto, sus canciones sean aclamadas por el público. En cuanto al porcentaje del 13.79% que no escucha música grabada, no significa netamente que no tengan acceso a ello. Panorama cultura, menciona cuántas comunidades de Colombia escuchan música alusiva de su región o de otra, en festividades, lo que sería música en vivo, en celebraciones y en diferentes espacios. En conclusión, el bullerengue se posiciona no solo como un género musical, sino como un símbolo de identidad cultural, que continúa evolucionando en generaciones. Su capacidad para adaptarse y crecer en diversas regiones, junto con el esfuerzo de artistas comprometidos, asegura que este patrimonio cultural siga resonando en el tiempo. Al reconocer el bullerengue como parte fundamental de la herencia musical colombiana, se abre la puerta a una mayor difusión y apreciación, invitando a más personas, tanto dentro, como fuera del país, a disfrutar y celebrar esta rica tradición que sigue vibrando al compás del tambor.

CITAS: https://www.semana.com/mejor-colombia/articulo/con-mas-de-3-millones-de-reproducciones-un-ritmo-tradicional-del-caribe-colombiano-lidera-las-listas-de-spotify/202418/ https://panoramacultural.com.co/musica-y-folclor/6476/el-bullerengue-y-la-genesis-de-la-musica-de-la-costa-caribe-colombiana

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Quitambre, el tambor de mi corazón

Por: Mariana Sabalza

Dentro del corazón amarillo y rodeado de mar, entre las costas más brillantes de todo el océano, estaba un pueblo, uno muy colorido y singular, su nombre era Palenque, San Basilio de Palenque. Era un pueblo tan caliente, tan caliente, era la tierra más colorida y musical, cuando los abuelos tocaban el tambor los pies de todos se movían solos y las voces se mezclaban con la de los ancestros, manteniendo vivo su recuerdo entre melodías y canciones.

Manuel vivía con una de estas matronas, Linda se llamaba ella, era la madre de su madre. Con mucho amor lo acompaño al crecer y le enseño el respeto que se le debía tener a todos los instrumentos de percusión. De vez en cuando, linda, con el cantar de las pulseras adornando su caminar, le mostraba todos los tambores de la casa y le enseñaba el nombre de cada uno de ellos.

En este enigmático y singular pueblo, vivía Manuel, un niño de espíritu inquieto y un apetito voraz. Manuel nunca conoció a su madre, solo escuchaba de vez en cuando, de la voz arrugada de las matronas, que un día se perdió entre los árboles y el viento, junto al son de un tambor que tocaba bullerengue viejo. Desde ese entonces, cuentan las ancianas sonrientes, que a Manuel le comenzaron a picar los pies y que el hambre no dejaba de asomarse por su barriga.

Linda decía paciente: Esta es la tambora, ese dé por allá es el tambor alegre, ese otro, el que está al lado, es el pechiche... Así decía.

Manuel la escuchaba con atención, pero nunca había visto a su abuela tocar alguno de esos instrumentos y cada vez que escuchaba cómo su abuela le nombraba uno por uno, no podía evitar bailar.

-Manuel ¿qué te pasa? - le preguntaba.

-Abuela, no me dejan de picar los pies y la picazón solo se me quita si comienzo a bailar.

-Llamare a Thomas pa’que toque el tambor, quizás así se te pasa- le respondía. Y siempre que Thomas, el vecino, iba a su casa, tocaba una canción y al niño se le pasaba la picazón mientras bailaba.

Un día, mientras el niño vagaba por las calles del pueblo, llegó a un lugar lleno de árboles muy altos y casi abandonado. Los colores amarillos, rojos y azules se perdieron a medida que el verde de las hojas fue tomando camino y es aquí, que en medio de la nada se encontró con un viejo vendedor de tambores, cuyos ritmos resonaban como un llamado a su alma inquieta. Intrigado, Manuel se acercó al vendedor y le preguntó sobre los tambores y su música.

El viejo vendedor, con una sonrisa amable, le explicó a Manuel que los tambores eran instrumentos mágicos, capaces de curar el cuerpo y el espíritu. Le contó que tocar el tambor podía aliviar el hambre y la picazón de sus pies, y que podía llenar el corazón de alegría y paz.

Entonces le señaló un tambor, uno de color naranja, muy vivo. - Es este niño, este quitara el hambre que resuena en tus pies, pero que es de tu alma, este tambor se llama “quitambre” te lo manda tu madre y ella me dijo que es experto en quitar el hambre-.

Manuel, fascinado por las palabras del vendedor, decidió comprarle el tambor y llevarlo a casa. En el camino los árboles se fueron cayendo, el gris se iluminó con los rayos del sol y el verde desapareció. El niño no pudo esperar para probar el poder del tambor. Comenzó a golpearlo con sus manos pequeñas, creando un ritmo que resonaba en su pecho, pero sus pies comenzaban a tocar, entonces decidió llevarlo a su casa y esperar a que su abuela llamará a Thomas para que lo tocara.

En la tarde, cuando su abuela miró el nuevo tambor, vio a su nieto y comenzó a llorar – Manu ¿quién te dio ese tambor? Se parece mucho al de tu mamá –.

– Me lo dio un señor, en el medio del bosque –

– ¿de cual bosque me hablas, hijo? Aquí en palenque no hay bosque – le respondió. Manuel muy confundido le explico lo que pasó y la matrona comenzó a llorar y entre lágrimas hecho una carcajada y dijo: Supongo que esta tierra, mi tierra, mi palenque, mantiene a tu mamá con vida.

Linda tomó el tambor con sus manos, se sentó en la terraza, donde normalmente se sentaba Thomas a tocar, y comenzó a tocar a quitambre, pero aun sin voz.

–Es porque este tambor, mi niño, le quita el hambre y la inquietud a tu pequeño corazón, porque este era el corazón de tu mamá.

–Sí abuela – le dijo mirándola a los ojos.

Manuel comenzó a bailar y cuando su abuela terminó, ella misma le pregunto –¿se te ha quitado la picazón de los pies? –.

– Ven mijo, sientate y escucha la historia de tu madre, es una historia que solo puedes escuchar con esta música y este tambor, es una historia que no se pierde y todo es gracias a mi lindo bullerengue – y entonces comenzó a tocar, con las pulseras retumbando en las notas altas de la canción.

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Investigación

Datos y realidades: la situación del bullerengue en Colombia

Este reportaje analiza la situación del bullerengue en Colombia, un género musical afrocolombiano que, aunque representa una rica tradición cultural, es poco popular en comparación con géneros como el vallenato o el reggaetón. A pesar del creciente interés en redes sociales y festivales, el bullerengue sigue siendo marginado en las preferencias musicales del país, reflejando la desconexión entre las tradiciones autóctonas y las tendencias comerciales de la música popular.

De la Memoria Afrocaribeña a la Conquista de Nuevas Fronteras Culturales

Con el tambor como alma y la voz como memoria, el bullerengue, un género musical nacido en el Caribe colombiano, ha trascendido su origen para convertirse en un símbolo de identidad cultural y resistencia. De la mano de artistas como Emelina Reyes, sus ritmos y cantos viajan por el mundo, mientras en Colombia nuevas generaciones lo adoptan, expandiendo su legado más allá de las fronteras geográficas y culturales.

La Burgos, la mella mala

Esta crónica relata partes de la vida de Emelinda "La Burgos", una cantadora de bullerengue en San Basilio de Palenque, que continúa el legado musical de su madre, Graciela Salgado. Con su música, La Burgos honra las tradiciones de su comunidad, fusionando nostalgia y orgullo. A pesar de los cambios, como la incorporación de instrumentos modernos, busca mantener vivas las raíces del bullerengue.
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La Burgos, la mella mala

Por: Jhovanna Camargo

Entre las calles de San Basilio de Palenque, hay una casa que destaca por su brillante color naranja, rivalizando con el sol para iluminar toda la comunidad. “Las Alegres Ambulancias” se lee en la pared derecha, donde la gente del común suele poner la dirección que identifica a su residencia. Pero en un sitio donde todos se conocen y donde el foráneo se ubica preguntando, bastan y sobran tres palabras. La Burgos recorre la zona con la elegancia de una reina, en su cabeza lleva una pequeña vasija de plástico con cocadas. El equilibrio en todo su esplendor, más que caminar parece que ejecutara una danza, su andar rítmico es atrayente, parece que se mueve al son de una música que solo ella escucha en su cabeza. Su falda suelta y colorida acompaña el vaivén de sus caderas y su semblante sereno e imperturbable adornan sus facciones. Sentada en la terraza de su casa, con el naranja rebotando en toda su piel y las pulseras que carga en ambos brazos acompañando sus palabras como si de una canción se tratase, cuenta que su madre, “Graciela Salgado”, es quién le enseñó quien sería ella incluso antes de nacer: “Emelinda, mi sucesora”.

Con los ojos brillantes y una sonrisa que se deja entrever de los susurros, dice con orgullo que su madre fue una mujer muy reconocida dentro de su comunidad “Palenque”, por nacer en medio del tambor, del pechiche y con una familia dotada de música. Es ahora, cuando los años comienzan a pasar por sus ojos, que reconoce que todo lo que sabe de la música es gracias a su mamá, Graciela. “Y como yo soy mella con otra” cuenta la Burgos, se ensaña en una historia que a leguas se nota que ha relatado muchas veces, una historia que no pierde su esencia “Mi mamá siempre decía: esta que está aquí es la mala y se tocaba el lado izquierdo de la barriga, porque la otra es quietecita” cuenta con la voz bajita. “El día que fuimos a nacer...” comienza de nuevo “...primero nació mi hermana y Graciela decía que no gritó, ni hizo mucha algarabía cuando nació, estaba naciendo la mella buena... pero conmigo fue otra historia, comencé a gritar y a moverme, una vez nací dijo: esa era la mala, está es la que va a seguir con mi legado”. “Esta en esa esquina” señala La Burgos, pidiendo que por favor le acerquen el tambor de su mamá. Se le ilumina el rostro cuando lo ubica entre sus piernas y con fuerza empieza a despolvorearlo, sus expresiones se pintan de nostalgia, sin duda recordando a su madre. Así es como se adentra en un relato sobre su infancia “mella pásame el tambor” le decía Graciela a su hija en aquel entonces y procedía a tocar con mucho entusiasmo el mismo tambor que La Burgos sostiene ahora. Cuando terminaba de tocar se lo devolvía a su hija y le decía “ya se me quito el hambre”.

Emelinda Burgos Salgado, mira hacia arriba perdida en sus memorias y sonríe soñadoramente, “Y así le deje el nombre al tambor, quita hambre”. Tal como su madre le enseño, empieza a tocar y a cantar. “Mal pago se llama el perro y fortuna la perrita cuando se muera mal pago, queda la fortuna solita Y asi, asi, asi ” Cuando La Burgos canta y el tiempo parece suspenderse como si empezara a correr a un ritmo diferente, un ritmo que suspira de pesar ante la posibilidad de que Emelinda deje de cantar. Las personas a su alrededor quedan hipnotizadas, hechizadas, con un deseo profundo de que su voz se vuelva eterna. La Burgos cuenta que es la cantadora de “las alegres ambulancias” siguiendo los pasos pronosticados por su propia madre. Actualmente este grupo musical, toca con instrumentos más modernos como: bajo, trompeta, batería eléctrica y otros más. De esta forma muchos piensan que se pierde la esencia de lo que significa ser palenquero. Sin embargo, tras la preferencia de su propio hermano, Tomas Teherán, agregarles nuevos instrumentos a las alegres ambulancias lo que hace es garantizar que las nuevas generaciones se interesen en el bullerengue, pues los jóvenes suelen buscar música más movida. A la casa de Emelinda, llegan invitados y personas buscando sus conocimientos y su música, que deriva en alegría, nostalgia y reconocimiento, el valor de reconocerse y saber que la música palenquera, el bullerengue, protege y celebra nuestras raíces. Ella siempre les da la Bienvenida y los recibe con los brazos abiertos, coge el quita hambre y lo suena, mientras canta. “la gallina, la gallina, el gallo quiere cantar, La gallina copetona, el gallo quiere cantar” Al final del toque, ella pide que se echen otro y otro más, porque La Burgos cuando empieza cantar, ella no quisiera acabar.

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El Color de la Tradición

Por: Lucía Therán

En un pequeño pueblo a orillas de un río, llamado San Basilio de Palenque, donde el bullerengue era más que música; era la alegría y los colores de su gente. Cada octubre, el pueblo celebraba el Festival del Bullerengue, con música, bailes y muchas sonrisas. Pero lo que hacía el festival tan especial era la abuela Rosa. Ella conocía todas las canciones, los bailes y las historias del bullerengue, y las compartía con todos. Sin embargo, un día, la abuela Rosa se enfermó y, poco tiempo después, partió al cielo. Con su partida, algo extraño comenzó a suceder. Las canciones del bullerengue ya no sonaban igual, y poco a poco la gente empezó a olvidar las letras y los pasos de baile. Lo más extraño de todo fue que los colores del pueblo también comenzaron a desvanecerse. El verde de los árboles, el azul del río, e incluso el rojo de las flores se volvieron grises. Valeria, la nieta de Rosa, una niña que siempre había bailado y cantado con su abuela, notó que, cada vez que alguien olvidaba una canción o un paso de baile, una parte del pueblo perdía su color. Primero fueron las flores, luego las casas, y finalmente, las personas mismas empezaron a verse pálidas, como si se volvieran de blanco y negro. Pero lo peor de todo era que cuando algo perdía todo su color, el viento soplaba fuerte y se lo llevaba como si fuera polvo. Valeria vio cómo desaparecían las flores del jardín de su abuela, cómo el río se volvía una sombra triste de lo que era antes, y el miedo se apoderó de ella. ¿Qué pasaría si todo el pueblo desaparecía? Valeria sabía que tenía que hacer algo. Recordó las palabras de su abuela: "El bullerengue es vida. Mientras lo cantemos y lo bailemos, el pueblo siempre estará lleno de color." Una noche, cuando el viento empezaba a soplar más fuerte, Valeria decidió actuar. Tomó el tambor que su abuela le había regalado y fue a la plaza del pueblo. Allí, aunque no quedaba mucha gente, Valeria comenzó a tocar. Al principio, sus manos temblaban, pero poco a poco, el sonido del tambor llenó el aire. De repente, algo mágico sucedió. El gris que cubría la plaza comenzó a retroceder, y un pequeño rayo de color regresó a las flores. Valeria, emocionada, siguió tocando, recordando las canciones que su abuela le había enseñado. Aunque no lo recordaba todo, las notas salían de su corazón, y poco a poco, más colores regresaban. Los pocos niños que estaban en la plaza la vieron, y sin pensarlo, empezaron a unirse. Primero, cantaron suavemente, luego, comenzaron a bailar, recordando cómo lo hacían en el festival. Con cada paso y cada nota, el pueblo recobraba su color. El verde de los árboles volvió, el azul del cielo se hizo más brillante, y las casas recuperaron su alegre colorido. Pero todavía faltaba más. Valeria sabía que no sería suficiente con un solo tambor o unas pocas voces. El pueblo entero tenía que recordar. Así que corrió de casa en casa, llamando a los vecinos. "¡Vengan! ¡Canten, bailen! Si no lo hacemos, todo desaparecerá." Los adultos, aunque al principio estaban tristes y desanimados, escucharon el llamado de Valeria. Uno por uno, salieron a la plaza. Algunos trajeron sus tambores, otros comenzaron a cantar, y otros, aunque no recordaban mucho, bailaron como podían. El viento, que antes soplaba con fuerza, comenzó a calmarse, y el color regresó por completo al pueblo. Al final, el bullerengue llenó cada rincón, y el pueblo se llenó de vida una vez más. Valeria, con lágrimas de felicidad en los ojos, recordó las últimas palabras de su abuela: "El bullerengue vive en nuestro corazón, y mientras lo mantengamos vivo, nuestro pueblo siempre brillará." Desde aquel día, el Festival del Bullerengue no solo se celebraba en octubre. El pueblo decidió que debían cantar y bailar siempre, para que los colores nunca volvieran a desaparecer. Valeria se convirtió en la nueva guardiana del bullerengue, enseñando a los niños y recordando a todos la importancia de mantener viva la tradición. Y así, el pueblo nunca más volvió a perder su color, porque el bullerengue siempre latía en sus corazones.