Por Karoll Torres
Golpes, voces y pasos apresurados es la primera cachetada de sonido que recibe cualquiera al entrar a la escuela de baile Mónica Lindo.
En esa escuela de danza, solo hace falta desprenderse del pensamiento para ser embelesado como una culebra que sigue el vaivén de una flauta. Tal y como ese reptil, quedo viendo a las más de 20 personas que mueven su cuerpo al ritmo de una champeta africana.
Los movimientos son rápidos, pero cada uno de ellos implica una destreza que solo se puede lograr a través de la práctica. Entre ese mar de cuerpos que se coquetean moviendo la cintura, los pies y las caderas, se encuentra alguien vigilante que los observa con calma.
Ese alguien es Mónica Lindo, directora y profesora de la academia.
Con las manos en la cintura y los ojos en todas partes, la profesora Mónica camina en el salón de baile monitoreando cada ángulo, milímetro y tiempo de los movimientos de sus bailarines. Sus ojos tienen la determinación de un halcón; su cuerpo se desliza por el lugar, zigzagueante, sin interrumpir la coreografía y sus pasos: suaves y calmados, retumban llenos de autoridad. La presencia de Lindo mantiene atento al grupo de aprendices de baile.
Los pasos de los bailarines golpean fuertemente contra el suelo y parece una base militar. Mientras todo procuran mantener la coordinación, la profesora corrige a algunos mostrándoles con su propio cuerpo la técnica que deben utilizar.
Luego de un tiempo, el sudor baja por la tez morena de Lindo y esa es su señal para ir a buscar un poco de agua. Quien la conoce por primera vez diría que, después de tremendo camello, es su turno para descansar. No obstante, al terminar de tomar el agua, sus pasos cobran un sentido más apresurado: los pasos de un torbellino.
Mónica Lindo camina por las instalaciones de su academia como si el movimiento tuviese que alcanzarla a ella y ella no al movimiento.
— Mañana tenemos una presentación, así que todos los papitos tienen que estar listos — dice Mónica Lindo, en la sala de espera, a los padres de los bailarines más pequeños.
Todos saludan a la mujer con respeto e intercambian una que otra sonrisa o mamadera de gallo. La profesora Lindo mira a persona por persona para ver si todos están listos para dicha presentación.
Aunque conozcan nuestra escuela por trabajar fuertemente la línea de folclor y Carnaval, también es cierto que los otros estilos de danzas son importantes para una formación integral de los bailarines”, dice ella.
Precisamente, en ese espacio, la dinámica de su trabajo parece cobrar un poco más de calma. Pero qué va, incluso en la calma de su escritorio: responde llamadas, revisa documentos y sigue pendiente de quien llegue a la academia. Todo al mismo tiempo.
Frente a su escritorio, Mónica ejerce un papel más administrativo: dirigir su academia de baile. Cuando se pone las gafas, su actitud cambia, su ceño se frunce y su semblante se pone más serio. Es así como, ella, lleva más de una década metiéndole el hombro a esa vaina.
“El baile, además de ser mi pasión, también es mi proyecto de vida. Yo llevo vinculada mucho tiempo a esto y es como tener dos mundos. El primer mundo es el del baile: que me da gozo y es como una fantasía, por eso, lo traigo a mi vida real o segundo mundo donde tengo otras responsabilidades”, explica Lindo.
Los dos mundos de Mónica Lindo se sostienen el uno al otro dentro de esa academia de baile. Todos los días se vuelve un desafío nuevo para mantenerse haciendo lo que ama.
Cuando termina de hablar con los padres de familia, vuelve a encender su paso de torbellino para ir a su oficina, al lado del salón de baile principal. Allí la tanda de canciones de Carnaval ya se había acabado.
Ya son casi las siete de la noche y no hay un momento del día en que recuerde haberla visto descansando. Sin embargo, aún en su labor, se toma el tiempo de admirar a sus pupilos bailando con mucha atención.
La mujer cierra su computador y no dice nada, tampoco se levanta. Solo mira. Su cuerpo se relaja mientras sus hombros bajan y la espalda pierde la rigidez.
— Esto es así, aquí hay gente hasta las 7- 8 de la noche — me dice mientras se ríe.
Aunque ella ame el folclor, el baile para Mónica Lindo no es cuestión de Carnaval. Es cuestión de cada día. Por eso, el miércoles de ceniza solo representa el inicio de la verdadera fiesta: su pasión por la danza.