Por Sebastian Duarte.
Las manos de Wilfrido Escorcia tiemblan repentinamente por una enfermedad que le ha reducido un poco su movilidad, pero nunca las ganas de seguir preservando el legado que dejó su padre con el disfraz de “El descabezado”.
“Si te refieres al descabezado vive en la otra cuadra, la casa tiene un poco de figuras de eso, camina y te das cuenta”, expresó un vecino de Malambo, Atlántico, lugar donde vive Wilfrido. Caminando bajo el inclemente sol de la mañana encontré una casa que me recibía con la figura del disfraz entre su reja principal y unas pinturas de este mismo en la fachada. Al igual que un señor que con una gran sonrisa nos abre la puerta de la reja.
Wilfrido es un hombre de setenta años que ha heredado por linaje la pasión por enaltecer el Carnaval de Barranquilla, por medio de un disfraz individual que ha pasado de generación en generación. Un poco alto, con facciones bruscas, cabeza grande, nariz predominante, una línea de sangre que adorna su cuello y una mirada penetrante son las características de este disfraz creado por Ismael Escorcia, padre de Wilfrido en 1954. Mientras él es un hombre con una sonrisa a desbordar, que suele estar sin camisa y el popular “mocho” como pantalón, es quien genera vida ante este patrimonio vivo del carnaval de Barranquilla.
Nos lleva hasta el interior de su casa y mientras caminamos señala una pared y dice “esos son algunos reconocimientos que me ha dado Carnaval S.A.S., universidades y empresas por mi disfraz”. Son placas en donde le expresan gratitud por preservar la tradición que le dejó su padre. Pasando entre los muebles, un pasillo que atraviesa una cocina y unas figuras pequeñas de los personajes del carnaval en una repisa, llegamos al final, es un patio estrecho, pero lleno de múltiples cosas del diario vivir. El calor se siente como cuando una olla suelta su vapor y te cae en la cara, pero la sonrisa de Wilfrido sigue intacta. Se sienta y al frente tiene una mesa plástica llena de artefactos que a primera vista pueden ser raros y con sus manos temblando dice: “Cuando viene la época del carnaval nos coge y nos descabeza”. Mientras se ríe ante su propio chiste, ordena los elementos sobre la mesa.
A su edad, con un preinfarto previo y años de mucha fiesta, lo más importante para él es estar positivo mientras le pasa a su hijo y nieto el legado cultural del disfraz.
Agita las pinturas, sopla los pinceles, abre otro recipiente con una mezcla de aguada de color blanco y lo vierte sobre una tabla llena de moldes en el suelo. A decir verdad, a simple vista cada molde no parece tener sentido. Hay algunos anchos que parecen formar un círculo, hay pequeños con forma de medialuna y medianos que lucen como un rectángulo
Sin embargo, el sigue acomodando los moldes sobre la mesa y mientras se limpia la gota de sudor que resbala sobre su frente cuenta:
“Ya el carnaval se convirtió como en un proyecto de vida, porque de pronto antes algunos decían que, por amor al arte, pero en este caso se convierte en un estilo de vida, terminamos los cuatro días de carnaval y al siguiente día ya estamos pensando en el otro carnaval”.
Wilfrido fue Rey Momo del Carnaval de Barranquilla en el año 2009. Quince años después, sigue vinculado a procesos culturales, no solo con su disfraz individual, al que actualmente muchos portan los días de carnaval, sino también en organizaciones que buscan preservar y construir espacios dignos para personas como él que, mediante la gestión social y cultural, contribuyen a la fiesta más grande de Colombia. Sacude y esparce el exceso de líquido blanco sobre el molde y lo pone donde le llegue el sol. Se acomoda en la silla y empieza a comparar los potes de distintos colores de las pinturas con una figura previamente echa y selecciona el de color blanco para que sirva como base y le de mayor pigmentación a las otras tonalidades mientras dice: “Hoy somos gestores culturales del carnaval”. Refiriéndose a su papel como vocero de distintas generaciones que buscan preservar legados mientras cuidan y mantienen su vida el resto del año.
Pintada toda la figura de blanco, empieza a seleccionar los colores específicos. El rojo es el protagonista, ya que actúa como sangre en el muñeco. Wilfrido lo alza a la altura de sus ojos, se ríe, me lo muestra y lo vuelve a poner sobre la mesa. Su risa es un sinónimo de que su creación esta lista. Como esta figura, Wilfrido, después del carnaval suele hacer varias para regalar a allegados e interesados por la tradición. Sin embargo, debido a la necesidad de una fuente de ingresos propia y no solo contar con la ayuda de su hijo, “El descabezado” también suele vender estas artesanías.
Es así como su vida, después de los cuatro intensos días de carnaval, se convierte en un jardín de recuerdos mientras riega las semillas del próximo carnaval planeando el destino de su disfraz, haciendo las artesanías y siendo embajador de organizaciones que quieren resguardar la vida de los encargados de la tradición.
La figura que tanto hizo reír a Wilfrido es una miniatura de su disfraz, es una especie de elemento decorativo, pintado y elaborado a mano, que con un traje carga sobre su mano la cabeza que lo caracteriza.