Por Sergio Ródriguez
Cuando Wilfrido Escorcia se pone su disfraz, para de ser el mismo. De repente, él no está ahí, la pena no está ahí, las preocupaciones no están ahí. Por el contrario, prefiere que lo reconozcan en la calle por ser el Descabezado que por su nombre.
El segundo Escorcia, en el largo legado del icónico disfraz carnavalero, no puede alejarse del Descabezado. Es un hermano para él, nacieron el mismo día hace 70 años y comparten el mismo papá: Ismael Escorcia, el primer descabezado de la historia del Carnaval de Barranquilla.
El disfraz ha llenado la nevera para su familia muchas veces, y muchas veces esa misma familia ha tenido que trabajar para mantenerlo a él. Wilfrido empezó la carrera de contaduría en la Universidad del Atlántico, pero no la terminó. De todas maneras, ejerció por muchos años. Él era la fuente principal de ingresos hasta que entidades alrededor del Carnaval, junto con sus hijos, pudieron mantenerlo para que se centrara en el legado familiar. Para poder darle vida al Descabezado estudió artes plásticas, cosa que su papa Ismael Escorcia Medina no tuvo la oportunidad de hacer. Es artesano y sus manos han creado desde uniformes, muñequitos de arcilla hasta las mismas cabezas gigantes que caracterizan al disfraz. Esas mismas manos, ahora con Parkinson, continúan el proceso de darle vida a algo que, para muchos, hasta hace poco solo representaba violencia y morbo.
― Aquel que niega lo que ve a su alrededor solo está condenado a vivirlo una y otra vez. La Colombia que vio mi papá, la que vi yo y la que ve mi hijo es violenta. Esa la verdad. Por eso, parte de mi misión de vida es matar el mito alrededor del disfraz, matar el tabú que tiene a Colombia ciega y no la deja sanar. Esa vaina hay que descabezarla. ―compartió el hacedor mientras que su mano y su pie temblaban en discordancia. En 2009, el señor Wilfrido recibió el título de Rey Momo, además de tener presencia en la junta directiva de Carnaval S.A.S. Para los hacedores, el carnaval es algo de todo el año. Se acaba uno y empiezan el otro. Es un amor que unos números no pueden comparar.
― Si fuese por la plata, uno no se mete ahí. Es un momento álgido, efímero, donde todos se unifican bajo la idea de pasarla bien. Imagínate uno que lo vive todo el año, no hay mayor recompensa para mí que ver las sonrisas y emociones que se generan por lo que yo hago. ― Remarcó Escorcia mientras caminaba por su casa apuntando a sus condecoraciones en las paredes. Es difícil hacer el mismo esfuerzo todos los años, y ya ha tenido repercusiones a sus 70 años. Desfilar como Rey Momo por el cumbiodromo de la vía 40 y después ir corriendo hasta la calle 17 con los otros descabezados, “es una vaina que ya no pude mantener”, dice Wilfrido. Tuvo un problema cardiaco que le persigue hasta hoy en día. En su momento, el señor Escorcia esperó que los doctores le dijeran que, después de tremendo susto, tenía que dejar un proyecto de toda la vida. ― Ellos sabían quién era yo y cual era mi labor. Me dijeron que, si me sentía listo para volver, lo hiciera. Desde ese momento, he delegado un poco las responsabilidades del carnaval a mi hijo y a la comunidad que se formó a partir del sueño de construir un grupo de descabezados. ―comentó el hacedor mientras veía las fotos de su desfile en años pasados. Actualmente, Wilfrido es considerado un desempleado más. Vive en Malambo con lo que recibe del portafolio cultural y lo que le dan sus hijos. Pero el reconocimiento que ha logrado el Descabezado a nivel nacional e internacional por el patrimonio histórico y cultural que representa, solo confirma que esa misión de casi ya un siglo vale la pena. El disfraz en el barrio el Santuario (donde se encuentra la casa de Ismael Escorcia), ha unido una comunidad de niños, jóvenes y adultos que ahora son bailarines, artesanos y amantes de la cultura. Todos están unidos bajo el estandarte de su familia. Desde el Miércoles de Ceniza, él es el señor Escorcia. Hace artesanías y habla de cultura. Además, comparte con sus nietos y les enseña lo que su familia ha creado, el amor por la vida y por la paz del mundo que corre por sus venas. Se le mueve el corazón cuando la más chiquita de la familia dice que quiere ser la reina del Descabezado; cuando su nieto baila con el machete y la cabeza que creo su bisabuelo; cuando recuerda que empezaron siendo los que asustaban a la multitud, haciendo espacio en las calles para que pasara el desfile del carnaval. Pero todo eso se va cuando empieza la fiesta.
― Cuando yo me pongo el disfraz, paro de ser yo. Wilfrido Escorcia Salas no está ahí. Pero todo lo que amo sigue ahí, todas las vidas que toqué siguen ahí, y para cuando yo ya no lo este, el mensaje de mi padre, de mi familia, y de todos los que simpatizan con el sueño de la paz mundial, seguirá ahí. Eso no es algo muy descabezado de pensar. ―dijo el hombre que personifica al Descabezado con sonrisa de oreja a oreja rodeado de su arte en su patio trasero.