Por: Gloria Melissa Ángel Pérez
Una mañana fresca y serena donde se despedía el alba de la madrugada, se empoderaba un paisaje sabanero en Sincelejo, antes que despertara el sol y se introdujera entre las calles iluminando el sendero que me llevarían a visitar a la subregión de los Montes de María, y así, vivir una experiencia de las que ninguno se imagina ni espera, solo hay que vivirla paso a paso, como tejiendo la caña flecha para elaborar un sombrero.
Salí de Sincelejo hacia los Montes de María, las nubes nos cubrían y se despejaban como cambiando escenas en el paisaje de las serranías de la sierra flor, al bajar cuidadosamente para tomar carretera hacia mi objetivo principal, viajar y explorar los bellos caminos que me llevan al centro de los Montes de María, comencé a ver pueblos como “Caracol”, su gente cariñosa, cubierto de hermosos valles y, así mismo, “Las Piedras” que es un pueblo antes de llegar a Coloso, rodeado del arroyo de Pichillín. Desde allí se ven las exuberantes montañas, exponiéndose colmadas de vegetación que despejaban un viento fresco por las nubes heladas que lo saludaban en lo alto.
Entré a Coloso observando sus casas azules de balcones, todas hechas de maderas, comerciantes mostrando y exponiendo sus mercancías y frutales por sus calles de ensueños, mojadas por sus arroyuelos de aguas cristalinas que bajan desde el Salto del Sereno que nace en la montaña para refrescar a su pueblo…
Subiendo y subiendo por los caminos de herraduras, encontré unas máquinas Caterpillar atravesadas que aplanaban el balastros, para que los campesinos avanzaran y no se quedaran atrancados por el barro con sus cargas de yucas y ñames… llegue a Chalán un pueblo pavimentado y colorido con imágenes de obras elaboradas por los artistas de la región, unas cotorritas despejaban un silencio que hacía compás con el sol, seguí avanzando porque la meta era llegar primero a Chengue, ya que, quedaba más ’’retirado‘‘ y más ’’adentro’’ en los Montes de María, para iniciar una nueva experiencia de esas que nunca se olvidan.
Para llegar a Chengue había que continuar por un camino que no era más que las huellas de las motos que habían pasado un día antes, huellas que habían dibujado una línea sobre el barro que nos servirían para seguir el trayecto y así poder llegar a Chengue.